jueves, 13 de julio de 2017

EMOCIÓN E IMAGINACIÓN PARA VER ARTE




EMOCIÓN E IMAGINACIÓN PARA VER ARTE

Cuando abrimos los ojos y miramos cuadros, esculturas o fotografías en una exposición, con frecuencia nos ensimismamos y observamos desde fuera. Apenas somos capaces de reconocernos en aquello que estamos viendo e intentamos recordar, con intermitencia, nuestra propia vida, como si esas obras  pudieran referirse a nuestra historia, guardasen puntos de contacto con nosotros o, al menos, nos mostrasen algo fácilmente reconocible y así poder encontrar puntos de referencia que nos permitan encontrarles explicación. Ante una pieza artística siempre intentamos encontrarle algún sentido.

Raramente nos damos cuenta que en cualquier obra de arte, hay mucho más de autoafirmación narcisista que de frívolo altruismo. Esas obras no fueron creadas par nosotros, no están allí para ser ecos de nuestra voz , ni tan siquiera para satisfacer nuestras ansias de conocimiento porque el arte no se dirige a la razón sino a la emoción.

En un primer encuentro, ninguna obra de arte tiene algo susceptible de ser analizado; únicamente debe emocionarnos. Ya vendrá luego el momento de poder ser racionales y analizar el color, la armonía de las proporciones y las líneas, la repetición de los motivos que dan reposo, las maravillas del dibujo o la idoneidad de los materiales utilizados. Todo eso y más se debe tener en cuenta a posteriori porque  el fin del arte no es mostrarnos la verdad de lo que ya es, sino el de buscar esa compleja belleza de lo que nunca podrá ser más que a través del dominio de la fantasía y el sentimiento de las emociones.

Emoción y fantasía son las únicas condiciones necesarias para el primer encuentro con las obras de arte. Por desgracia, ambas facultades, cotizan a la baja en el mercado de las vanidades que caracteriza nuestra sociedad actual. La sensibilidad y las emociones son consideradas verdaderos obstáculos es esa desenfrenada carrera por ser competitivos y poder así alcanzar el olimpo  de los bienes materiales. Lo mismo ocurre con la fantasía pues, aunque todos debutamos en la vida con un plus de imaginación, pronto se encargan de cercenarla, primero en el ambiente familiar y luego en la escuela, para poder convertirnos en perfectos imitadores en el paraíso de las ideas perdidas.

Ante ese panorama, no es difícil admitir, con simpática complacencia, nuestra incompetencia para emocionarnos ante las obras de arte y así digamos, sin pudor: “no la entiendo” , “no me dice nada” o que fácilmente confundamos lo raro con lo bello y lo vulgar con lo auténtico.

                                                                                                                       artemingos@gmeil.com